Érase una vez una linda gatita, blanca como un copo de nieve, de piel sensible y delicada. Pronto se quedó huérfana en la calle, separada de su madre y sus hermanos, deambulando de un sitio a otro. Estaba sola, perdida y veía el mundo alrededor como muy peligroso y amenazante: coches que casi la pillaban, humanos groseros que la echaban de mala manera de los alrededores de sus casas a los que se acercaba buscando comida y calor, y algunos grupos de gatos que no aceptaban la presencia de nuevos compañeros en su territorio.
Tras dar muchas y muchas vueltas, encontró una hermosa familia de gatos que le invitó a quedarse con ellos. Se sintió muy feliz y tranquila, por fin tenía otros gatitos con los que compartir aventuras y alegrías. Además, había un grupo de humanos que les llevaban comida y se interesaban por su bienestar. Como era una gata tan linda, enseguida empezó a tener mucho éxito entre los otros gatos, pero, como es habitual en el mundo de los gatos que viven en la calle, dos veces al año tenía gatitos, con el esfuerzo y la cantidad de preocupaciones que eso le suponía: buscar comida para todos, protegerlos de los coches y otros peligros, ver como muchos se morían de enfermedad… y la linda gatita sufría mucho cada vez. Además, debido a su color tan claro, el sol le empezaba a dejar marcas y heridas en su piel, con lo que nuestra amiga empezaba a no encontrarse muy bien.
Un mal día, la linda gatita se perdió de su grupo. No sabe cómo se despistó, pero no podía encontrarlos. Se acordó de cuando era pequeña y se había quedado sola también. Volvió a sentir miedo y soledad. Caminando por un campo, vio a unos señores a lo lejos y se acercó confiada, pero de pronto: “zas”, oyó un ruido enorme y sitió un terrible dolor en la parte de atrás de su cuerpo. Maulló de dolor y miedo más fuerte de lo que nunca pensó que pudiera hacerlo, intentó correr pero no podía, tal era el dolor que sentía. Las personas gritaban detrás de ella y como pudo, arrastró su pata herida y consiguió encontrar un escondite donde se quedó hasta
que se olvidaron de perseguirla. Mecida por el dolor y el cansancio de la huida y el miedo, se quedó dormida.
De pronto se despertó, notó unos lametazos conocidos, era una de las gatas de su colonia. Qué alegría y qué alivio, volvió a tener esperanzas. Su compañera le enseñó el camino de vuelta y lo hizo a su lado lentamente, pues las patas de nuestra gatita se iban arrastrando contra el suelo en cada paso.
Los humanos que cuidaban de la colonia se alegraron mucho al verla de vuelta, pero también se preocuparon al ver sus patas y las heridas del sol. Así que pensaron que no podía seguir más en la calle y decidieron llamar al lugar donde los animales viven felices, “El Hogar ProVegan”. Y nuestra preciosa gatita tuvo la suerte de convertirse en compañera de Félix, el protagonista de nuestro anterior cuento. La llamaron Gala, curaron y cuidaron sus heridas, medicaron sus enfermedades y ahora es una delicada, cariñosa y mimosa gatita que hace las delicias de todos los compañeros humanos que pasan por El Hogar.