Es común ver a los niños observar la naturaleza. Cuando los adultos no reparamos en ella, ahí están las criaturas mirándolo todo.
Hoy en día las sociedades urbanas no dejan que sus niños toquen nada que no esté desinfectado, no dejan que se suban a nada que no esté homologado o que investiguen más de la cuenta. Pero ellos se empeñan en intentarlo, afortunadamente.
Suele decirse que el hombre ha evolucionado por tal o cual cosa. Yo creo que ha evolucionado porque primero pasa por la infancia. De mayores ya no recordamos los momentos pasados viendo hormigas acarrear comida, mariposas aletear o moscas que se frotan las manos. Pero ahí está ese recuerdo.
-El niño “tal” está molestando a un bichito-, vienen a decirme mis alumnos, sabedores de que yo iré a hacerle ver al tal nene que se ponga a pensar en si al animalito le gustará lo que le hace o que puede verlo sin molestarlo, cuando a los que vienen no les hace caso, y que rescataré con habilidad al ser indefenso, colocándolo en un terreno seguro cual heroína sin capa pero empuñando un folio, hoja seca o algo similar, retando durante el trayecto al viento, las carreras del insecto que se empeña en ir contra corriente o evitando pisar al gentío que se agolpa delante mientras vigilas que no se caiga tan preciada carga. Ser heroína no es fácil. Y no se admitiría un error. No cuando tienes 5 años.
Tras la misión cumplida los peques suelen quedarse a verlo, le acercan hojas verdes o todo lo que su imaginación les dice que comen, que les sirve para hacer una casita o pueden utilizar como paraguas o hamaca, ya puestos.
Antes de darme cuenta yo misma de que el gusano, la mariquita o la araña que siempre hay en los parterres, sobrellevaban su propia existencia en nuestro patio, las maestras veíamos a los niños y niñas arremolinarse observando y casi inevitablemente matando a los seres minúsculos sin que nosotras pensáramos más allá de… qué bueno, aprenden de la naturaleza.
Pero cuando pasas a ver a los animales como seres que sienten pues eso, sientes tú. Todo se ve de otra forma. He rescatado cucarachas con el recogedor cuando antes ni lo hubiera pensado. He descubierto vida que antes era invisible para mí.
Quiero pensar que los niños que ahora cuidan de los seres pequeñitos seguirán haciéndolo. Que los tomarán con cuidado si es necesario salvarlos. Que los mirarán sin intervenir si no es preciso hacerlo.
El otro día vinieron emocionados. ¡Había huevos de araña! Tomé unas fotos. Realmente era increíble. Una tela de araña con un insecto atrapado, huevos en una hoja… No sé si son de araña. Una lección completa ante nuestros ojos. Por supuesto nadie tocó nada. Se indicaban unos a otros pero sin interferir. Los días siguientes esperaban que nacieran las arañitas. Creo que hasta nombres tenían buscados.
En clase vimos una serie de cortos llamados “Minuscule, la vida privada de los insectos” (se pueden ver en Youtube). Realmente compartimos experiencias sobre lo que sabemos o hemos visto de los seres pequeñitos. ¿Quién no ha interactuado con uno? ¿Realmente las pulgas, moscas, cucarachas o moscas son malos? ¿Por qué las mariposas o mariquitas nos caen bien? ¿Habrá mosquitos gamberros y otros adorables?
Nuestros parterres son naturaleza salvaje. Estamos en una zona aparte del colegio de los grandes y hasta el señor de mantenimiento se olvida de que existimos. Pero bueno, eso les viene bien porque nadie arrasa con plantas y escondites. Cuando acuden los de parques y jardines a limpiar, hay un sentimiento de postguerra. Otros ven limpieza, nosotros desolación.
Nunca se vuelve a ver las cosas como antes, como en esos dibujos en los que ves de pronto algo escondido. Ahora no está escondido. Incluso los buscas.
No hay vida pequeña. Y menos para un niño.