Cuento de Gota

Cada vida, por pequeña e insignificante que parezca, es tan valiosa como cualquier otra. Entre otras cosas, porque el pequeño ser que la habita tiene sentimientos, de miedo, de dolor o alegría, igual que cualquier otro. Para que veáis que es así os vamos la contar a siguiente historia, la historia de la ratita Gota:

Un día de lluvia, de esos en los que se forman enormes charcos en las calles, unas ratitas bebés, tan chiquitas que apenas podían andar, se quedaron atrapadas en uno de ellos. Sentían las enormes gotas de agua caer sobre sus cabecitas, sentían la angustia de ver que cada vez era más difícil salir de allí, tenían mucho miedo y chillaban llamando a su mamá, que no podía oírlas. Por suerte, unas personas de gran corazón oyeron los grititos, se acercaron y las vieron. Y lejos de pensar que total el mundo está lleno de ratas o que total eran tan pequeñitas que daba igual, lo que vieron fue unos bebés que no tenían cerca a su mamá y que estaban en peligro. Los cogieron, los llevaron a su casa, los secaron con toallas y los calentaron entre besos y abrazos. Con gran paciencia les alimentaron. Por desgracia, eran tan pequeñitos, que uno de ellos no pudo sobrevivir sin su mamá, pero nuestra amiga Gota, la protagonista del cuento de hoy y que tenía muchas ganas de vivir, consiguió recuperarse del susto y salir adelante.

Cuando esos humanos la cogieron, al principio Gota se asustó, pero luego vio que ellos eran muy cariñosos y sólo querían cuidarla. Se sintió triste por perder a su mamá y a su hermano, pero pronto descubrió que ahora tenía una gran familia, porque la suerte quiso que estuvieran en el lugar donde los animales viven felices. Y poco a poco, la pena y el miedo inicial fueron desapareciendo, y se convirtieron en alegría y diversión, como corresponde a cualquier niño: y cada día jugaba con sus compañeros gatos (y eso que ella pensaba que eran seres muy peligrosos), y se reía a carcajadas con las parrafadas de la lora loquita que se autoregañaba; y corría y saltaba por un parque gigante que dos chicos le construyeron solo para ella, y pasaba las horas en la cocina subiendo y bajando por dentro de la camiseta de una de sus primas humanas como en la película de Ratatouille.

Ha crecido mucho y en su hociquito siempre hay una sonrisa y cada día está lleno de juegos, mimos y diversión. Cada noche al ir a dormir piensa: “Menos mal que mi nueva familia hizo posible que no me perdiera nada de esto”. Y se va a dormir feliz y tranquila.

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