Hoy os vamos a
contar la historia de Julieta, una perrita canela de grandes orejas, que
siempre tiene subidas, porque alegre y divertida, siempre vive en un estado de
alerta permanente.
Julieta fue
cogida muy chiquitita por un hombre muy grande que decía de ella:
–
Mira
qué buena planta, esta perra promete. Voy a hacer de ella una gran cazadora.
Mucha gente
piensa que a los perros de determinadas razas les gusta cazar, igual que a los
toros ser toreados. Pero se equivocan… y
a nuestra amiga Julieta, que era una perra muy tímida y asustadiza, no le gustó
nada lo que se encontró. Días de gritos y estrés, muchos otros compañeros
caninos ladrando agitados a su alrededor, disparos que le hacían quedarse sorda
y le atemorizaban. Además, el señor enorme con el que iba a cazar, la exigía y
gritaba constantemente:
–
Pero
cobra la pieza, pero dámela a mí, ni se te ocurra comértela…- e incluso,
algún golpetazo le dio.
Nuestra amiga
Julieta, decidió poner mucho interés en lo que hacía, como la mayoría de sus
compañeros perrunos, porque así por lo menos los humanos cazadores sólo les
tachaban de malos cazadores, pero no de desinterés, que eso sí que era muy malo
porque entonces querían deshacerse de ellos y no cuidarles más. Pero, aunque le
empezó a pillar el truco y no le salía del todo mal, estaba siempre muy
nerviosa y asustada por si en algo se equivocaba.
Un día, cazando
en un sitio nuevo, un perdigonazo, creemos que perdido, pasó muy muy cerca de
ella, y se asustó y corrió y corrió, tanto que se perdió. Por más vueltas que
dio, no encontraba al humano enorme, ni los coches, ni a los otros perros. Así
que se refugió en un rincón y empezó a vivir en la calle. Se cruzó con otros
perros vagabundos, fue de un sitio a otro sin encontrar su lugar hasta que un
día… se encontró con una persona maravillosa, que con mucha paciencia, la cogió
y la llevó al lugar donde viven felices los animales. Allí se dieron cuenta que
Julieta no venía sola, sino que su barriguita venía cargada de nuevos perritos.
Así que le buscaron una casa donde cuidar a la futura mamá y ayudarla a superar
todos los miedos que tenía.
La mala suerte
quiso que un mal ruido, que le recordó a aquel perdigonazo perdido, la hiciera
salir corriendo otra vez y volver a
perderse. Esta vez sí sabemos con seguridad que la buscaron, días, semanas,
meses… pero nuestra Julieta no aparecía. Cuando ya empezaron todos a hacerse a
la idea de que nunca más volverían a verla, Julieta apareció y esta vez fue
directamente a vivir al lugar donde los animales viven felices. Allí comparte
sus días con nuestros amigos Felix, Moby, Zai, Gala, Jill y tantos otros que ya
os hemos presentado. Y ella se ha convertido en la guardiana de los movimientos
de los demás: siempre avisa de cualquier visita, de cualquier cambio, es la
primera en llegar a los sitios a ver qué ocurre y está alerta, con sus enormes
orejas vigilantes. El resto de habitantes saben que pueden estar tranquilos con
su vigilancia y algunos se suman a sus carreras, como Luna a la que ya os
presentaremos en otro cuento. Es por esto, que siempre tiene un lugar
privilegiado, y aunque tímida al principio, se gana las caricias, mimos y
simpatías de todos los humanos que vamos allí. Julieta ha podido encontrar su
lugar, su refugio, y ahora sí es feliz.