Jon y las mariposas

Jon y las mariposas

Jon y las mariposas

– El mundo ahí fuera es muy distinto hijo mío, es tan grande que caerías rendido antes de llegar a recórretelo entero; El suelo que pisas tiene distintas texturas: unas suaves, otras fresquitas, una muy especial que es alargada y huele a fresco… huele… a vida. Esa es la mejor porque puedes comerla y su sabor, ¡ohhh! creo que su sabor es lo mejor del mundo ahí fuera. La llaman el suelo de hierba- Decía la mamá desde la oscuridad

-¿Existe comida que no es polvo de cereales?, ¿Y que huele a vida?, ¿Cómo huele la vida?- El niño impresionado y emocionado corrió hasta la oscuridad, donde su madre entre rejas le sonreía.

-Imagínate un olor que sea agradable, un olor que tu nariz se abra al máximo y te haga sonreír, como cuando yo te cuento los cuentos, no tiene nada que ver a lo que huele aquí, hijo querido-. La madre quiso acariciar su mejilla pero por más que intentó estirar su mano, las rejas se lo impedían.

 

De pronto el bebé Jon retrocedió asustado, abrió sus ojos aterrorizado y calló de espaldas en el frío y sucio suelo.

– ¡Vete Jon!. Vete a tu rincón hijo, mañana en la noche cuando los focos se apaguen   volveremos a vernos- La medre sin embargo no pudo moverse, esos gruesos hierros la tenían presa, sin poder darse la vuelta, ni andar. Sólo podía estar de pie.

 

Comenzaba el día, las luces se encendían y los humanos empezaron a hacer sus ruidos cotidianos.

Todos los cerditos retrocedían asustados a ocupar los rincones donde pasar desapercibidos.

-Jon recuerda esto: Vive más el que no es visto- Esa era la lección que mamá le dio cuando hace 2 meses les separaron.

 

Hace frío. Más frío que cualquier otro día.

Alguien se dejó la ventana abierta de la habitación de Jon. El viento sopla y trae olores distintos y atractivos del mundo de ahí fuera.

El bebe Jon se aúpa como puede, a pesar del dolor de sus pezuñas y logra asomar su hociquito para captar el viento.

-¡Olor a vida!- Piensa mientras abre los orificios de su nariz al máximo.

Y los abre tanto, y tiene la nariz tan potente que al aspirar atrae dos capullos de mariposa que vagaban por el aire a la deriva.

 

Jon estornuda para despegar de su nariz esas dos cosas que se le ha quedado pegado.

A los diez minutos, cuando ya se le ha pasado el susto, la curiosidad le hace avanzar y tocar despacito las dos bolitas que habían ido a parar al otro lado de la habitación.

 

Eran suaves, muy suaves…estaban frías pero en cuanto Jon las pasó la lengua calentita ( Jon se pasaba todo el día chupando las cosas, bueno, lo único que tenía alrededor, los barrotes, la pared, el suelo… era el único juego que conocía), los dos capullos cogieron temperatura y milagrosamente volvieron a la vida.

 

Dos pequeños corazones bombeaban en el interior de esas vainas de seda.

Este fue el día más feliz de Jon, por fin tenía dos amigos nuevos con los que vivir, hablar y jugar.

Bueno, lo cierto es que jugar no podían mucho porque los capullos no podían caminar ni moverse. Solo hablaban. Pero contaban cosas tan interesantes que Jon empezó a tener una sensación nueva, agradable, algo desconocido en su vida. No era miedo, ni frío, ni dolor… esta vez era como cuando oía a mamá hablar, como cuando podía oler a vida, era una sensación bonita, de esas que te hacen sonreír. Creo que era el sentimiento de amistad.

 

Pol Iticos era el capullo más grande, el más gruñón y el que siempre pensaba cosas más raras. Mientras que So Ciedad era tierna, lista y alegre. Los dos hermanos discutían continuamente, pero en el fondo se querían. Como ocurre con todos los hermanos ¿No es así?

 

Fueron días menos tristes en su compañía, y las noches más reconfortantes abrazando y dando calor a sus agradecidos amigos.

-Pequeño cerdito, si no fuera por ti, hubiéramos muerto en ese vendaval que nos arrastró a la deriva- Le gustaba agradecerle So Ciedad.

-No, hubiéramos muerto si no nos hubiera dado su calor. El viento no mata, el frío si-. corregía Pol Iticos a su hermana.

Y así empezaban una nueva discusión, cada uno quería tener la razón.

 

Por la noche, cuando hacía más frio y apenas podían dormir, Jon pedía que le contaran un cuento.

Y su preferido era el de “las mariposas mágicas”:

 

  • Llegará un día, cuando el sol brille calentito, los pájaros canten canciones de amor y las avispas vuelen bajo recolectando polen en las mil flores del campo, cuando se pongan de acuerdo los dos hermanos, ósea nosotros dos, cuando tomemos una única decisión y las discusiones desaparezcan, cuando aparecerán las mariposas mágicas-. So Ciedad alzaba emocionada su voz contando el cuento.
  • ¡No!, ¡No, no y no!. Así no es. Mamá mariposa nos contó que las mariposas mágicas saldrán cuando nuestros capullos se abran. Cuando seamos adultos y podamos quitarnos el traje de seda- Corregía Pol Iticos.
  • Bueno, sea como sea, nunca antes se habrá visto animales más bellos surcar los cielos, tienen un poder especial: el polvo dorado que recubre sus alas.

Cuando aletean lo dejan caer y todo aquel que es espolvoreado con él, curará sus heridas internas y externas; todo lo que toca cura, y todo aquel que sea tocado podrá vivir sin miedo, ni dolor….y las mariposas mágicas cambiarán el mundo secando las lágrimas y cerrando todas las heridas -.

Jon se acordaba entonces de las rajas y rojeces que tenía en su piel y se lamía las heridas para calmar el dolor.

  • Oh vaya, no lo estás contando bien. Así no es- Gruñía el capullo más grande.
  • Cuando las mariposas mágicas aparezcan, llenarán el mundo de amor y a todo aquel que sea envuelto por el polvo dorado de la empatía y la comprensión, cambiaran de sentimientos: Los malos cambiaran por los buenos. Transformándose con la magia las personas malas en buenas; y poco a poco el mundo será un lugar donde todos podremos vivir en paz.

Pero el problema de la humanidad, y el problema de todos nosotros, es que no sabemos cómo hacer que las mariposas mágicas vengan-. Y llegados a este punto del cuento, el pequeño Jon ya roncaba plácidamente en su rincón.

 

Una mañana, cuando las luces de los humanos encendieron la granja donde tenían prisionero a los capullos de mariposa, a la mamá y a Jon, abrieron las puertas grandes y dejaron entrar a un camión. Un hombre gigante y de mal carácter agarró al bebé Jon y lo tiró dentro del vehículo donde otros cerditos como el lloraban desconsolados.

Jon gritó e incluso se resistió para no abandonar a sus amigos, para no separarse de su mamá que gritaba impotente desde el último rincón.

Pero no sirvió de nada, el hombre malo se lo llevó a él y a cien bebes más como él.

 

Jon se mareó con tantos movimientos, con las curvas y los baches, con el mal olor del camión.

-Si el mundo de ahí fuera huele a vida, dentro de la granja o el camión es a muerte lo que olemos-Pensaba.

De pronto una luz calentita le tocó su piel dolorida, y le calmó. Ya no sentía frío. Le estaba tocando lo que llamaban sol.

Jon se aupó como pudo, sin importarle el dolor de sus pezuñas, y pudo ver fuera del camión.

-¡Es el mundo de ahí fuera!- Gritó emocionado. Pero el resto de cerditos lloraban cabizbajos sin ver la luz del sol, solo se lamentaban y temblaban de miedo apretando sus cuerpos buscando algún consuelo.

 

Jon abrió bien los orificios de sus narices, llenó los pulmones de aire rico, limpio, de fragantes olores y sinuosas partículas que volaban y se dejaban captar por su poderosa nariz.

Jon sonreía al viento y se alzaba por esa ventana para poder ver más cosas.

Árboles gigantescos, flores exóticas… agua abundante viajando en el caudal de un río, un puente que pasaba por encima, casas de humanos de tejados de colores, aparatos que corrían a cuatro ruedas y dentro, humanos pequeños que sonreían divertidos al ver a Jon asomarse por la ventana del camión.

Jon no entendía por qué el resto de bebes no disfrutaban como el de estos nuevos estímulos, viendo por fin por ellos mismos el mundo de ahí fuera.

Una cerda vieja que apenas se tenía en pie, se acercó al pequeño Jon, y le contó lo que ya había contado al resto de cerditos que llorando estaban derrotados:

– Bebé ese mundo no es para ti, ese mundo solo es para los animales humanos. Tu viajas camino al matadero, un lugar horrible donde todos moriremos-.

– ¿Pero por qué? No lo entiendo. Yo quiero vivir, quiero oler las flores y comer la hierba. No he hecho nada malo sólo soy un bebé…- Gemía el pequeño cerdito.

Pero no hay consuelo ni explicaciones lógicas para los animales que van al matadero.

 

Jon comprendió entonces los comentarios que los humanos siempre le hacían, las burlas y palabras raras que le gritaban en la granja.

Nunca le llamaron por su nombre, nunca le llamaron Jon, siempre le llamaban jamón o animal de producción.

 

Su nariz se quedó sin ganas de oler, sus ojos se cerraron y resbalaron tantas lágrimas que casi inunda el camión.

 

Al mismo tiempo. Kilómetros atrás, en la granja donde se crio Jon, los dos capullos de mariposa hablaban con la mamá cerda que desconsolada les contó la historia del matadero.

-¿Van a matar a Jon?- Preguntó la pequeña So Ciedad

– ¿Se lo comerán después los humanos?- Preguntó incrédulo el capullo Pol Iticos.

– Esto es lo que ocurre cada día en el mundo de ahí fuera, los animales son sacrificados por los hombres, no les importamos nada, se creen que somos cosas, objetos, no entienden que los animales queremos vivir y sentimos dolor como ellos si nos matan…

 

Fue entonces, en este preciso momento, tras la explicación de la mamá de Jon, cuando los dos capullos de mariposa se miraron y los dos al tiempo, empezaron a sentir un calor por dentro, una sensación increíble, poderosa, creciente….

-Tenemos que salvarlo, a él y a los demás bebés que van en el camión- Decidieron los dos hermanos.

 

La mamá abrió un ojo, separó las manos que cubrían su cara, cayó la última lágrima y vio como los dos capullos empezaban a cambiar de color, algo grande se movía dentro.

Un fantástico espectáculo de colores y texturas maravillosamente suaves y trasparentes se desenvolvieron y se desperezaron ante sus ojos.

Una luz brillante rodeaba a las bellas mariposas que extendían sus alas y se soltaban de la bolsa vacía que antes las cubría.

 

Dos mariposas tan bellas como nunca antes se habían visto, salieron de la granja entre una impresionante luz dorada, y con cada aleteo un polvo dorado se desprendía de las alas.

Los humanos que en ese momento se iban de la granja, acabando su jornada laboral, miraban maravillados semejante espectáculo. Sus caras se cubrieron de luz, de calor y un olor magnífico como el olor que desprenden las flores. Era la fragancia de la empatía y la comprensión.

Al tocarles el polvo mágico, sus ojos se abrían con un brillo especial, y todos ellos retrocedieron hasta el interior de la granja, con un único deseo: Ver lo que allí ocurría con los animales.

 

Sorprendentemente, los humanos se quedaron con la boca abierta, sorprendidos como si nunca antes hubieran visto ese lugar. Como si nunca antes hubieran visto lo que ocurría con los animlaes que allí estaban encerrados.

Se echaban las manos a la cara, llorando se acercaban a esas madres prisioneras, y todo a la vez, abrieron sus rejas. El jefe de sección tenía la cara empapada de lágrimas, se arrodilló ante los bebes que le miraban extrañados, acercándose y perdiendo el miedo, por primera vez se atrevieron a tocar al humano.

El granjero abrió sus brazos y les abrazó a todos, prometiendo que nunca más haría daño a los cerdos.

 

Imágenes como esta se fueron sucediendo por todo el país, las mariposas mágicas atravesaron las carreteras y cubrieron de polvo dorado el mundo de ahí fuera.

 

So Ciedad y Pol Iticos llegaron por fin al camión donde viajaba Jon.

 

-¡¡¡¡Jon, Jon!!!- Venimos a salvarte. Venimos a liberar a todos los animales-.

El pequeño cerdito secó sus lágrimas y abrió los orificios de su nariz, se aupó a la ventana y miró al mundo de ahí fuera.
Era más bonito que nunca. Todo lleno de una luz dorada. La gente sonreía y se abrazaban.

Miles de animales corrían por los verdes campos y los cielos se llenaron de canarios, periquitos y jilgueros.

Conejos saltando por primera vez, caballos galopando sin humanos encima. Vacas con sus hijas se tumbaban cerca del río y allí los peces saltaban haciendo impresionantes piruetas. Los caminos estaban llenos de animales libres.

 

Las puertas del camión se abrieron.
Un hombre grande pidió perdón, se arrodilló y dejó que los pequeños cerditos le usaran para bajar como si fuera una escalera.

 

Las dos hermosas mariposas dieron besitos a la nariz de Jon, el bebé soltó una tremenda carcajada al sentir las cosquillas y entre risas los tres amigos salieron al mundo de ahí fuera.

 

P.D: Perdón, se me olvidó un detalle importante que ocurrió:

A lo lejos, alguien venía cojeando pero con paso rápido. Una cerda de gran tamaño intentaba llegar al camión, pero como hace mucho tiempo que no caminaba, la pobre cerda apenas tenía fuerza para tenerse en pie.

Esa sonrisa tan bonita era inconfundible, era la mamá de Jon.

Las mariposas mágicas corrieron a su encuentro y aletearon sus alas con fuerza encima de ella. Pronto el polvo dorado cubrió sus doloridas patitas y en un segundo se curaron sus heridas.

La cerda grande corrió y corrió y alcanzó al bebé que lloraba desconsolado, lloraba de emoción porque por fín podía abrazar a su mamá.

 

En los cuentos animalistas las mamas siempre viven felices con sus bebés,

¡procuraré no olvidarlo la próxima vez!

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