¿JUEGAS, MAMÁ?
En un precioso día de primavera, el sol empezaba a salir tímidamente. Ya podían escucharse algunos cantos de pájaros, a los que acompañaban bailando los arboles, gracias a una suave brisa que transporta el delicioso olor de las flores. Y de repente, ¡un legüetazo!
Era hora de levantarse, y como cada día Lucille, una mamá vaca, despierta con besos a su bebé Ruby.
– ¡Buenos días mamá! – dice el pequeño ternerito entre bostezos.
– ¡Buenos días cariño! Es hora de desayunar.
A las dos vacas les encantan las bolitas de pienso y el rico heno, pero la comida preferida de Ruby es la leche de su mamá.
Después de desayunar les gusta ir juntas a dar largos paseos por el campo, donde Ruby curiosea descubriendo el mundo que le rodea.
– ¡Mira mamá!, ¡Una mariposa! – grita Ruby mientras corre y salta persiguiéndola.
Ruby está muy a gustito con su mamá Lucille, pero su actividad favorita es jugar con sus amigos: Clara la vaca, Moby el pavo, Angelines la cerdita, Gota la rata y un largo etcétera. ¡Ruby tiene amigos de muchas especies diferentes!
A Ruby también le encanta jugar con los humanos, los cuales le dan cariño, le cepillan el pelo, le explican interesantes historias, la cuidan y la respetan…
Ruby era feliz, pero una duda le rondaba por la cabeza. Ella se divertía mucho jugando con sus amigos, pero su mamá Lucille nunca jugaba con ellos. Siempre se quedaba mirando, pensativa, pero con cara sonriente. Parecía estar controlándolo todo pero disfrutando a la vez.
Ruby no se lo pensó dos veces y fue a preguntarle a su mamá. Quería que se uniera al juego y que compartiera con ellos ese momento de diversión.
– Mami, ¿por qué nunca juegas con nosotros? – preguntó curiosa pero tímida Ruby.
– Es que hija, yo nunca he jugado – contestó mamá Lucille con cierta tristeza.
– ¿No has jugado nunca? – dijo con asombro Ruby. – ¿Ni cuando eras pequeña?, ¿Con tus amigos?
– Yo nací en una granja y cuando todavía era un bebé como tú me separaron de mi mamá. – explicó Lucille temblorosa.
– No pude saborear su leche, ese manjar delicioso que a ti tanto te gusta.
– No pude disfrutar de largos paseos por el campo con los que descubrir el mundo porque nunca me dejaban salir de aquella granja.
– No conocí a amigos de diferentes especies porque en la granja solo vivíamos vacas.
– Los humanos tampoco eran nuestros amigos. No nos trataban con cariño, no querían jugar con nosotros, solo querían nuestra leche. Nos hacían trabajar duro cada día.
– Y por todo esto, mi niña, no he jugado nunca.
-Pero ahora, aquí, soy feliz, porque ya no vivo en una granja, sino en un lugar donde somos libres, donde podemos crecer y estar juntas, y hacer amigos de todas las especies, ¡incluso humanos!
Las dos vaquitas se fundieron en un amoroso abrazo.
Ruby había escuchado atentamente la historia de su madre. Se sentía afortunada por no haber conocido la vida en una granja. Y ahora entendía porque su mamá nunca jugaba: porque no sabía! Pero eso tenía una solución muy sencilla…
– Mamá, no te preocupes, ahora aprenderás a jugar, ¡ya verás que divertido! ¡Nosotros te enseñaremos!
Y todos los animales y humanos que vivían en aquel lugar tan especial apoyaron y ayudaron a Lucille, y desde aquel día, juegan todos juntos cada día.
¡Fueron felices y hicieron amigas perdices!
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