Reflexiones de una salida escolar, por una profesora de educación infantil.

Cuando planeo una salida extraescolar y no es a un sitio con animales, teóricamente voy tranquila porque no nos vamos a encontrar con casos de maltrato, encierros y demás.
Mi clase de infantil de 5 años y yo, acudimos a un museo de ciencia y tecnología.
Al llegar, una zona lúdica. Primer encontronazo: Un juego de pesca.

Juego de pesca

Juego de pesca

Seguimos con un recorrido. Máquinas, juegos de tecnología, energía… y en la zona de ciencia – animales, donde están expuestos los esqueletos de algunos, aparece un cubo de cristal con vida dentro.
Los alumnos se asoman, por invitación del guía, para ver unos polluelos de codorniz, nos dicen. Y de otros pollitos que no saben qué son, contesta el joven cuando los niños le preguntan qué son los amarillos.

Pollitos naciendo en una jaula

Pollitos naciendo en una jaula

Los peques añaden que no pueden respirar, que el agua está sucia y que dónde están sus mamás. Esta andanada de observaciones descoloca al monitor, que sigue en su empeño de enseñarles que los pollitos rompen el cascarón con el pico, que se alimentan de la yema (añadiendo que a él le encantan los huevos fritos) y en preguntarles si saben si tienen plumas o pelo. El instructor responde al fin que tienen aire (señala un agujero que parece el hueco para levantar la tapa con la mano), que tienen comida y agua porque cree que un granjero los trae. Que cuando él llega ya están ahí (esto me lo explica a mí, como si los niños no hubieran hecho la pregunta).

Pollitos naciendo en una jaula

Pollitos naciendo en una jaula

Yo le comento que los niños saben que los animales no deben estar encerrados así y lejos de sus mamás. El chico se queda como pensando (o eso quiero creer yo), en esto que acaba de pasarle. Creo que ha mirado por primera vez a los pollos de otra manera. Deben haber pasado por allí cientos de pollitos, pero hasta ahora no creo que se planteara si eran los mismos, quién los cambiaba por otros “nuevos” o qué les pasaba a los que no volvían.
Yo por mi parte me siento bien, relativamente, cuando son los niños los que plantean estas cuestiones sin que yo comente nada.
Cuando nos vamos, una madre de otro grupo que ocupa nuestro sitio salta: Ay, ¿uno está muerto? Y golpea el cristal. Por fin el polluelo salta y la señora dice: ¡Menos mal! Menudo trauma para los niños. Como si no importara que los niños observaran el encierro de animales indefensos con la intención de normalizar esa situación.

Pollitos naciendo en una jaula

Pollitos naciendo en una jaula

Ya a la salida pasamos por la tienda del lugar, donde había muchos peluches. A los animales los adoramos si son de peluche.
Y vamos al parque contiguo para almorzar. Allí me llevé una grata sorpresa. Los niños vieron cómo las palomas se iban acercando. Ninguno las espantó. Y las madres que acompañaban tampoco. Los chiquillos dejaban caer migas, cereales… Ellas vinieron a picotear. Cuando iban acabando, les dieron los restos de pan. Es más, alguno no comió todo el pan por dárselo a las palomas. Las observaron, hablaron de cual les parecía más bonita, de si aquella era grande, que si mira cómo van a la fuente… La escena que podría recordar a los pájaros de Hitchcock porque se iban sumando aves, era una imagen tranquila de convivencia. Ningún aleteo, ninguna carrera ni grito. Gestos tranquilos y de armonía que surgieron autónomamente de los niños.

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Otros colegios tenían a sus alumnos corriendo detrás de ellas. Los de mi aula no. Mi corazón se emocionó con este gesto. Estas pequeñas cosas compensan sinsabores. No les dije esto o lo otro, surgió sin más.
Quizás hay esperanza, y seguro que pasa por la educación en la empatía.

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