Veterinarias sin fronteras

En el aula de 4 años tenemos este curso un juguete especial. Ya teníamos muchos animalitos de plástico en clase, de todo tipo.

 

Hablando sobre los cuidados que debemos ofrecerles surgieron muchos temas. Cuando son “silvestres” y están enfermos quizás se puedan acoger hasta que se pongan bien. Si no, es mejor no interferir. Y luego soltarlos donde estaban si es posible. Pero es mejor siempre consultarlo con alguien experto.

 

Los llamados “de granja” no siempre tienen cuidados médicos y desde luego no les dan cuidados psicológicos. Eso si, los peques se dan cuenta de que vivir encerrados no les gustará.

 

¿Y los que tenemos en clase? Pues al igual que ellos van al médico, dijeron que necesitaban un doctor.

 

 

Fue entonces que busqué en una juguetería y encontré una veterinaria. De la marca Playmobil. Me gustó que fuera una mujer.

 

Y pasó a la plantilla de nuestro mini santuario. Ahora cuida a todos los animales, aunque en la caja solo vengan un gato y dos perros. Ya sea un cerdo, un elefante o un tiburón, todos reciben atención. Los pequeños y pequeñas no hacen ninguna distinción a la hora de hacerles pasar por la consulta. Ellas y ellos nunca se plantean que solo se debe atender a este o a aquel.

 

Yo les hice preguntas porque algunos tienen familiares con animales en alguna finca. Generalmente cabras, ovejas, gallinas, palomas, bueyes, alguna vaca, burritos. Me contaban que nunca vieron que un veterinario fuera a verlos, si en cambio a los gatos o perros que viven en casa. Los que se usan para cazar… ya se sabe. Cuando decían que estaban sucios o tenían pulgas surgió el tema de por qué los tienen así. Ahondando con ellos dijeron: “Comen sobras. No se los baña nunca, no les cepillan los dientes o el pelo, como se hace con el gato de Leire. Algunos están amarrados o encerrados en sitios pequeños. Si tienen alguna herida van las moscas”.

 

 

Surge entonces… “Es que los animales viven así”. “No, es que no los podemos tener en las casas”. “Pero mi abuelo los quiere”. “Mi abuela no quiere que los toque porque se me pegan las pulgas”. “A mí me gusta darles hojas”. “Los de mi tío comen verduras que le da un vecino cuando las va a tirar”. “Mi abuela les puso nombre”.

 

Todas esas vivencias hacen que puedan mirarlos de otra manera. Ya tienen ese contacto. Yo pregunto qué les gustará a esos seres, qué querrían hacer, si les apetecerá estar limpios y que los acaricien. Y ahora se plantean, cuando los vuelvan a ver, qué pensarán, qué sentirán. Tal vez los miren a los ojos y descubran algo tras esas miradas. Tengo la esperanza de que los vean de otra forma. Y de que nunca pierdan esta manera de ver de niñas y niños.

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